Las palabras sobran cuando se habla de la obra del gran pintor sonorense Fernando Robles. Trazos de una violencia estética y de una melancolía arrebatadora se mezclan para configurar una escena que tiene un trasfondo cotidiano. Son esos trazos los que habitan las hojas de “El otro virus”, libro coeditado por el Instituto Sonorense de Cultura y Ediciones Tecolote que se ha hecho ya ganador de la mención de la categoría Libro de Arte del Premio Antonio García Cubas 2021 al Mejor Libro y Labor Editorial, y la nominación a los Premios Caniem 2021.
Las obras del pintor sonorense no están solas, sin embargo, lo acompañan textos de Elena Poniatowska y de Javier Rivas, que profundizan y redimensionan la obra del pintor sonorense. “El otro virus” es un libro-arte que obliga al lector-observador a hacer un ejercicio de corte vouyerista: Vemos siluetas y sombras, figuras fantasmales y erosionadas, algunas recostadas, otras con una bolsa-que se adivina de basura-, otras tantas sentadas en una banca o al lado de su perro; son imágenes recurrentes en la rutina urbana; en imágenes que, quizás, ya no procesamos por la saturación de información en la que vivimos. Y sin embargo, en los trazos de Robles, gruesos, viscerales, podemos adivinar un humanismo cálido y empático: ¿Cómo y por qué permitimos que esto suceda, que estos les suceda a ellos?
“El otro virus” no es sólo un exquisito ejercicio estilístico, sino que contiene un discurso político que obliga a quienes lo leen-observen a replantearse esos prejuicios que hemos normalizado: Nuestra propia aporofobia-ese concepto en boga acuñado por la académica Adela Cortina-, nuestro clasismo. Fernando Robles bosqueja una realidad hiriente, casi distópica, donde se incrusta él mismo como un testigo en una ciudad-Ciudad de México- que tiende a olvidarse de sus propios habitantes.
En una entrevista que sostiene Robles con Elena Poniatowska, explica esas contradicciones dispares de nuestra realidad, de lo rebasada que se encuentra esta idea modernista del “progreso”. Es una mirada que penetra y oscila entre la protesta y la melancolía.
“Son los personajes que saqué de la gente que duerme en la calle en el bulevar Álvaro Obregón y es impresionante cómo en la oscuridad son personajes que se les borran las facciones, y solamente se ve el volumen de sus cuerpos tirados en camas de cartón que ellos hacen y se ponen un plástico negro encima. Se amarran para no caerse de las bancas y en la noche, con la poca luz que hay, parece Semefo, parece que son cuerpos muertos que están esperando ser revisados. Es patético y se ve irónico con todo lo que hay en la colonia Roma, los bares abiertos, la estridencia de la música y los cuerpos tirados como herida negra en el bulevar”, relata el artista sonorense.