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Fábulas para el fin de los tiempos

La posmodernidad ha traído consigo la fragmentación de los grandes discursos, de los discursos totalizantes. El foco ahora ha pasado a narrar desde una subjetividad radical, donde el tiempo es relativo. Un día puede ser una eternidad, y una eternidad pueden ser 16 minutos.

La tercera fecha de presentaciones del Festival Internacional “Un Desierto Para la Danza 2022” no dejó a nadie indiferente. Tres obras se entrecruzaron para demostrarnos que la Danza sonorense está más viva que nunca.


Arrancó la noche con “Sucediendo Adentro” de Miranda García. Es una obra bella e incómoda, como un oxímoron imposible de pasar por alto. El dominio estricto del cuerpo de Miranda contrasta con la sensibilidad que demuestra. A las poses extrañas, antinaturales y por decir algo, oníricas, se le suma el uso de la voz que profundiza en esa lucha por comunicar. Sonidos guturales que retumban y dan vulnerabilidad. Hay algo más ahí. Es el performance de un diálogo que sucede en otro plano. Su cuerpo da la apariencia de estar invertebrado, la pericia técnica de sus movimientos hace cuestionarnos la propia concepción de la mecánica del cuerpo humano. Sentimos su dolor, su lucha, sus deseos, sus despertares. Miranda, desde el suelo, con sus piernas vibrando y temblando las abraza.

En palabras de Miranda: “Inicié con este proyecto queriendo hacer un diálogo con el miedo, conforme iba explorando, realmente le estaba hablando a la intuición. La intuición ha sido contaminada por el patriarcado y la heteronormatividad. Todo esto sucede en un sueño, y cómo nace esta monstrua, se emociona porque piensa que ahí, en ese mundo onírico, si va a poder ser escuchada. Hay todo un sistema que valida tu intuición. Nosotras como mujeres batallamos para escuchar a nuestra intuición. Quise hacer primero todo el personaje y luego el movimiento. En la investigación me apoyé en tres mujeres, una psicóloga, una socióloga y una historiadora y así el personaje tuvo otro peso”.

Miranda ha encontrado su madurez artística. Sus movimientos son firmes, académicamente perfectos y, sin embargo, son capaces de hacernos sentir cosas que no sabíamos que estaban ahí. Es el viaje onírico hacia el redescubrimiento de su interior.

Mientras la silueta de Miranda era devorada por las sombras en un fade away bello, Emiliano Castro entra gateando. Lleva una especie de overol. Se mueve acrobáticamente por el escenario; camina de un lado a otro, gira y se regodea por el suelo.
Es “Tijuana es una ciudad fronteriza de México…”, una obra que explora la mecánica interna de la memoria, ese artefacto luciferino que reconstruye la realidad casi por capricho. Emiliano, con toda su exuberancia física, nos lleva de la mano a diferentes escenas de su vida en Tijuana. Es una obra profundamente urbana, sensata, llena de añoranzas y aprendizajes. Al final, el danzante se desprende de su traje. Lo pone en el piso y camina encima de ellos. Es el tótem de sus memorias.

La tercera obra es “Dos ejes”, de Gabriela Ceceña. Desde su vestuario, lleno de detalles que hacen sospechar del mundo al que estamos a punto de entrar (notable trabajo de Sean Siqueiros), adivinamos los movimientos repetitivos, monótonos, esa poética de la mecanización. El cuerpo de Gabriela es el de una especie de androide. Estamos en un mundo post-apocalíptico. En la era de lo “post-humano”. Un ruido de diluvio eterno se apodera del escenario. Es la ambientación de ese mundo, que es, quizás, hacia donde nos dirigimos: una sociedad ultratecnificada, el homo sapiens convertido en homo videns; la imagen como estructura hegemónica que nos ha desensibilizado a través de la saturación del mundo-imagen.
Hacia el final de la pieza, es el brazo de Gabriela el que se rebela: Es el único que no está revestido, es el único que desde su desnudez rompe la industrialización masiva de esa post-humanidad. Gabriela nos habla desde otro tiempo, el tiempo del alma.

“La investigación de esta sociedad tecnificada que estamos viviendo, un mundo post-apocalíptico donde la dignidad ya nos desconectó de la humanidad. Mucho trabajo de los ojos de cómo estamos llenos de imágenes, ya no nos damos cuenta; el tiempo va demasiado rápido. Nosotros estamos en un tiempo lento, el tiempo del alma. Todos estos mundos-imagen que nos marcan. El movimiento me baso mucho en la idea de que mis piezas estuvieran rotas”.